Faro de Caballo. Madre no hay más que una, pero menos mal que sólo hay una

 


Faro Caballo y las Madres de Roca

Un ejemplo a seguir

Tuve la suerte de que mi hijo Aron, de 19 años, sacase un rato en su apretada agenda para que me acompañase en este faro tan especial: Faro Caballo. Es de los que impresionan. Da igual que llegues a él por mar o por tierra. Es inolvidable. Rotundo. Sincero. Como mi hijo.



Sabes que va a saltar. Sin pensarlo. Midiendo el riesgo pero con la seguridad de quien está haciendo lo que sabe tiene que hacer. Sin miedo. Sin dudas.

Nos adentramos en varias cuevas. Pasamos remando por debajo de Faro Caballo. Sientes la fuerza de esta roca inmensa. Notas en cada palada cómo entras en las entrañas de la tierra. Notas su paz. Su cobijo. Su fortaleza sin edulcorantes.

Te muestra tu  verdadero tamaño; tu vulnerabilidad y, curiosamente, también tus capacidades. Tu potencial. Lo que serás capaz de lograr si marcas bien el rumbo de tu vida. Y le dejo saltar. En silencio. Mi trabajo es quererle tal y como es. Dejándole que corra riesgos que yo ya no estoy dispuesto a asumir: tal vez por edad, por cansancio o por experiencia. Pero es su vida. Y ha de vivirla.

Miro al Faro Caballo y le pido protección. Está descolocado. Él, tan humilde. Tan entregado. Tan expuesto a la furia del mar. Tan abierto a que le acaricien y entren hasta sus entrañas, hasta su alma. Ahora, como el adolescente que no acaba de entender exactamente las miradas de los adultos, no entiende porque hay tanta gente un día sí y otro también en su pequeña atalaya de roca madre.


Y me acuerdo de todas las madres esculpidas en roca. Capaces de dar todo y más por sus hijos e hijas. Dejando hacer. Dejando que sean ellos o ellas quienes encuentren su rumbo. Señalando con su luz, con su entrega sin media, la bocana del puerto. A sabiendas que los hijos entran a buscar cobijo sólo cuando quieren, cuando la tormenta arrecia y sienten que solos no podrán hacer frente al fiero oleaje. Pero ellas, como faros de luz que son, no piensan apagarse. Su luz es infinita. Inquebrantable. Como la generosidad de Faro Caballo.

Y pienso en tantas madres y en lo poco que he sabido agradecer su esfuerzo. En lo poco valoradas que están en muchas ocasiones -como los faros- porque creemos que su luz es infinita hasta que, un día, sin ruido, desaparecen y sólo nos queda su recuerdo. Su inolvidable recuerdo. Porque muchas son madres de roca madre.

Reflexión: La vida y la muerte. La luz y la oscuridad. El comienzo y el final. El camino... Todo tan unido por esas mujeres, que como faros silenciosos, siempre han estado ahí. Mostrando el camino correcto. Da igual que sea a las puertas de un hospital, de una cárcel o de una universidad. Siempre ahí. Forjadas de roca. De roca madre.

Miro la luz de algunas amigas, de algunas vecinas, de algunas mujeres que pasean por los parques y desde este Faro Caballo, sé que mi mirada va cambiar. Mi mirada, pero no así el tesón con el que ellas han peleado contra viento y marea y, como faros que son, piensan seguir haciéndolo hasta el final de sus fuerzas. 

A mi madre, que me dejo elegir mi propio camino.




Faro Caballo. Santoña. Cantabria


Buscando la luz de mi propio faro siento que encontraré la de los demás.

Comentarios

  1. Impacta en la misma raíz de la fibra sensible Enrique, te felicito. Abrazo!

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